¿Dé dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos?
Son las únicas preguntas que vale la pena plantear. Cada uno ha buscado
la respuesta a su modo, en el titilar de una estrella, el ir y venir
del océano, la mirada de una mujer o la sonrisa de un recién nacido... ¿Por qué vivimos? ¿Por qué hay un mundo? ¿Por qué estamos aquí?
Hasta ahora sólo nos ofrecían una
respuesta la religión, la fe, las creencias. Hoy también la ciencia
tiene una opinión. Quizás sea una de las mayores adquisiciones de este
siglo: la ciencia dispone, en la actualidad, de un relato completo de
nuestros orígenes. Ha reconstruido la historia del mundo.
¿Y qué ha descubierto, tan extraordinario?
Esto: desde hace quince mil millones de años acontece una misma
aventura que une el universo, la vida y el hombre como los capítulos de
una larga epopeya. Hay una misma evolución, del Big Bang a la
inteligencia, que empuja en el sentido de una creciente complejidad:
las primeras partículas, los átomos, las moléculas, las estrellas, las
células, los organismos, los seres vivientes, hasta estos curiosos
animales que somos nosotros... Todo se sucede en una misma cadena, a
todos les arrastra un mismo movimiento. Descendemos de los monos y de
las bacterias, pero también de los astros y de las galaxias. Los
elementos que componen nuestro cuerpo son los que antaño fundaron el
universo. Somos, verdaderamente, hijos de las estrellas.
La idea perturba, es obvio, porque desafía
antiguas certidumbres, destroza prejuicios; es así: desde la
Antigüedad, los progresos del conocimiento no cesan de situar al hombre
en el lugar que le corresponde. ¿Nos creíamos en el centro del mundo? Galileo,
Copérnico y los otros nos desengañaron: en realidad habitamos un
planeta trivial, situado en los suburbios de una galaxia modesta. ¿Creíamos ser creaciones originales, distantes de las demás especies vivientes?
¡Qué lástima! Darwin nos colgó en el árbol común de la evolución
animal... Tendremos que volver a tragarnos nuestro orgullo mal;
situado: somos las últimas producciones de la organización universal.
Aquí vamos a relatar esta nueva historia
del mundo a la luz de nuestros más avanzados conocimientos. En esta
narración podremos apreciar una sorprendente coherencia. Veremos que
los elementos de la materia se asocian en estructuras más complejas,
las cuales se van a combinar en conjuntos aun más elaborados que, a su
vez... El mismo fenómeno, el de la selección natural, orquesta cada
movimiento de esta gran partitura, la organización de la materia en el
universo, el juego de la vida sobre la Tierra e incluso la formación de
las neuronas del cerebro. Como si hubiera una "lógica" de la evolución.
¿Y Dios, en todo esto?
Algunos descubrimientos estremecen a veces convicciones muy íntimas. No
mezclaremos los géneros, por supuesto. La ciencia y la religión no
reinan sobre el mismo campo. La primera aprende, la segunda enseña. La
duda es el motor de una; la otra se sostiene en la fe. No son
indiferentes la una a la otra, sin embargo. Nuestra nueva historia del
mundo no evita, muy por el con trario,
las preguntas espirituales y metafísicas. Alcanzaremos a ver algo de
luz bíblica al cabo de un capítulo, escucharemos el eco de un mito
antiguo y nos cruzaremos con Adán y Eva en la sabana de Africa. La
ciencia actualiza la discusión. No termina con ella. Cada uno puede
optar.
Nuestro relato se apoya en los
descubrimientos más recientes y aprovecha sus revolucionarios
instrumentos: sondas que exploran el sistema solar, telescopios
espaciales que urgan la intimidad del universo, grandes aceleradores de
partículas que reconstruyen sus primeros instantes... Pero también
ordenadores que simulan la aparición de la vida, tecnologías de la
biología, de la genética y de la química, que revelan lo invisible y lo
infinitamente pequeño. Y asimismo los recientes hallazgos de fósiles y
el progreso de la datación, qué permiten reconstituir con asombrosa
precisión los caminos de los antepasados del hombre.
Si bien se alimenta con los últimos
hallazgos, nuestra historia se dirige a todos, y especialmente a los
profanos, adultos y adolescentes, sea cual sea el nivel de sus
conocimientos. Evitamos toda actitud de especialista, nos prohibimos
todo término complicado. Y no hemos vacilado, al modo de los niños, en
plantear preguntas ingenuas: ¿Cómo se conoce el Big Bang? ¿Cómo sabemos qué comía el hombre de Cromagnon? ¿Por qué el cielo es negro por la noche? No hemos querido creer sin más a los científicos: les pedimos que pongan las pruebas sobre la mesa.
Cada disciplina avanza en busca de un
origen: los astrofísicos indagan el del universo; los biólogos, el de
la vida; los paleontólogos, el del hombre. Por esto nuestra historia
acontece, como un drama, en tres actos -el universo, la vida, el
hombre- y abarca así unos quince mil millones de años. Cada acto
incluye tres escenas en que se convoca, en orden cronológico, a todos
los actores, inertes o vivientes, de esta prolongada aventura. Los
seguiremos en un diálogo con tres personalidades, los mejores
especialistas franceses de cada uno de estos asuntos. Hace algunos
años, los cuatro esbozamos una primera conversación para el semanario
L´Express. ¡Sea alabada esa revista! La experiencia nos abrió el
apetito. Tardamos un verano y varias veladas nocturnas en rehacer la
aventura del mundo; placentera y apasionadamente. Ojalá el lector pueda
gozar del mismo modo.
Con el primer acto, entonces, comienza nuestra historia... ¿Pero se puede decir, verdaderamente, "comenzar"?
Veremos que esta noción de comienzo no es accesoria, muy por el
contrario. Está en el corazón mismo de las discusiones metafísicas y
plantea la pregunta fascinante por el tiempo. La abordaremos mediante
el pasado más lejano a que puede acceder la ciencia: por el famoso Big
Bang, de hace quince mil millones de años, esa luz oscura y anterior a
las estrellas. Y tal como los niños, nos haremos esta pregunta, que es
pertinente: ¿qué había antes?
Desde ese "comienzo", la materia
incandescente se combina bajo la acción de fuerzas asombrosas que aún
gobiernan nuestro destino. ¿De dónde vienen? ¿Por qué están inmóviles mientras en torno todo cambia?
En el curso de todo el relato, van a dirigir el gran mecano universal.
Y a medida que el universo se expande y enfría, desatan singulares
combinaciones -las estrellas, las galaxias- hasta engendrar, en la
periferia de una de éstas, un planeta destinado a un hermoso éxito. ¿Qué son estas fuerzas misteriosas? ¿De dónde viene el movimiento irresistible de la complejidad? ¿Son anteriores al universo?
Hubert Reeves nos ayudará a ver claro en
esto. El astrofísico, autor de obras maravillosas sobre el tema, es a
un tiempo una persona excepcionalmente amable, un científico muy
preciso y un gran divulgador. ¿Será así porque,
lejos de los ordenadores que pueblan su vida profesional, suele
contemplar el cielo de Borgoña con un modesto telescopio, como un
simple aficionado? De tanto mirar lejos en el espacio, es decir, muy lejos en el pasado, ¿habrá capturado la verdadera medida del tiempo?
Va, en cualquier caso, directo a lo esencial: la belleza de una
ecuación, el resplandor de una galaxia, la queja de un violín, el
terciopelo de un chablís... Quien ha tenido el privilegio de conocerlo
en la intimidad lo sabe muy bien: su sabiduría no es fingida. Hubert
Reeves es un hombre bueno, es decir, un especimen en vías de extinción,
que se obstina en buscar el equilibrio entre la ciencia y el arte, la
cultura y la naturaleza y que sabe que la búsqueda de nuestros orígenes
posee una dimensión que ninguna fórmula puede capturar, que no se puede
encerrar en una teoría: la de nuestro asombro ante el misterio de la
belleza.
El segundo acto se abre, hace cuatro mil
quinientos millones de años, en este planeta singular que no está
situado ni demasiado lejos ni demasiado cerca de un Sol muy oportuno.
La materia prosigue su obra frenética de ensamblajes. En la superficie
de la Tierra, en nuevos crisoles, se esboza una alquimia nueva: las
moléculas se asocian en estructuras capaces de reproducirse y hacen
nacer extrañas gotas pequeñas, y después las primeras células que se
agrupan en organismos y se diversifican, pululan, colonizan el planeta,
gatillan la evolución animal, imponen la fuerza de la vida.
No es fácil, por cierto, aceptar que la
vida haya nacido de lo inanimado. Durante siglos se consideró que el
mundo viviente era demasiado complejo, demasiado diverso, en una
palabra, demasiado "inteligente" para que pudiera haber aparecido sin
una pequeña ayuda divina. Hoy la cuestión está zanjada: resulta de la
misma evolución de la materia, no es fruto del azar. ¿Cómo pasamos entonces de lo inerte a lo vivo? ¿Cómo "inventó" la evolución a la reproducción, el sexo y la muerte, compañera inseparable?
Joel de Rosnay es, sin duda, una de las
personas en mejores condiciones para responder. Doctor en Ciencias, ex
director del Instituto Pasteur, dirige hoy la Ciudad de la Ciencia y de
la Industria, y fue uno de los primeros que sintetizó nuestros
conocimientos acerca del origen de la vida en una obra que marcó una
generación completa. Formado en la química orgánica, pero divulgador
por vocación y agitador infatigable, siempre está diez años adelante y
difunde en todo el mundo las últimas ideas. Apóstol de la teoría de
sistemas y pionero de la comunicación global, siempre trató de
armonizar, él también, ecología y modernidad, mundo viviente y
tecnología, como si supiera ver el planeta mejor que sus semejantes,
con la distancia necesaria. Ha mantenido la pasión por los orígenes y
el rigor del investigador.
En el tercer acto, en un bello decorado de
sabana seca, el último avatar de lo viviente ocupa todo el escenario.
El hombre, el verdadero... Animal, mamífero, vertebrado y primate, que
además es... Ya sabemos de cierto que todos somos monos africanos.
Hijos de monos, pues, o, más bien, de ese individuo arcaico que antaño,
en Africa, se irguió por primera vez sobre sus patas traseras y se puso
a mirar el mundo desde un punto de vista más alto que el de sus
congéneres. ¿Pero por qué lo hizo? ¿Que pulsión le incitó a ello?
Hace más de un siglo, por cierto, que se
conoce nuestra ascendencia simiesca y que se intenta, con dificultades,
aceptarla. Pero en estos últimos años explotó la ciencia de los
orígenes y se ha sacudido con violencia nuestro árbol genealógico:
hasta se han caído algunas especies peludas... Hoy contamos, por fin,
con una unidad de tiempo y de lugar para escenificar este tercer acto,
el de la comedia humana. Como si hubiera relevado a la materia, el
hombre ha utilizado un puñado de millones de años para evolucionar e
inventar cosas más y más complicadas: herramientas, la caza, la guerra,
la ciencia, el arte, el amor (siempre) y esa extraña propensión a
preguntarse por sí mismo, que no cesa de devorarle. ¿Cómo descubrió todas esas novedades? ¿Por qué se le desarrolló, sin solución de continuidad, el cerebro? ¿En qué terminaron los antepasados que no "tuvieron éxito"?
Yves Coppens, profesor del College de
France, cayó muy pronto en la marmita de la paleontología: de niño ya
coleccionaba fósiles y soñaba con los yacimientos de Francia. Y no ha
dejado nunca de buscar las huellas del paso de sus lejanos antepasados.
Ingresó a la ciencia de los orígenes en momentos en que ésta vivía, en
Africa, su mayor epopeya. Junto con otros colegas, puso a la luz del
día al más famoso de nuestros esqueletos: a Lucy, la joven (¿y hermosa?)
australopiteca, de tres millones y medio de años de edad, muerta en
plena juventud. A este buscador de huesos, amable y bonachón, y a sus
colegas, les parece que el nacimiento de la humanidad no fue un
accidente, que forma parte del mismo camino del universo del cual somos
los últimos florones. Y, tal como sus colegas, conoce la medida del
tiempo: ¿qué son nuestros milenios de
civilización si se los compara con los millones de años que necesitó el
hombre para liberarse de la animalidad? ¿Qué
vale nuestra sofisticación actual ante los quince mil millones de años
que se precisaron para configurar nuestra complejidad?
Nuestra historia no ha terminado, por
cierto. Hasta nos atreveríamos a decir que está comenzando. Pues parece
que la complejidad continúa progresando y que sigue galopando la
evolución. Así pues, no podemos interrumpir el relato en nuestra
extraña época sin antes preguntarnos: ¿a dónde vamos? ¿Cómo va a continuar esta larga aventura que fue cósmica, química y biológica y que ahora se convierte en cultural? ¿Cuál es el porvenir del hombre, de la vida, del universo? La ciencia, por supuesto, no tiene respuestas para todo. Pero puede intentar algunas predicciones prudentes. ¿Cómo seguirá evolucionando el cuerpo? ¿Qué sabemos de la evolución del universo? ¿Hay otras formas de vida? En el epílogo, nosotros discutiremos cuatro.
Una advertencia, todavía: hemos querido
evitar toda tentación determinista, todo prejuicio finalista. Que nos
perdone el lector si por simplificar las cosas se nos escapan palabras
escabrosas: no, no se puede decir que la materia "inventa", que la
naturaleza "fabrica" o que el universo "sabe". Esta "lógica" de la
organización sólo es una comprobación. La ciencia se niega a discernir
allí una intención. Que cada uno lo interprete a su modo. Si bien
nuestra historia parece, a pesar de todo, tener un sentido; no se puede
afirmar, empero, que nuestra aparición era ineluctable, por lo menos en
este pequeño planeta. ¿Quién puede enumerar las pistas infructuosas que siguió la evolución antes de celebrar nuestro nacimiento? ¿Quién puede negar que el resultado actual es todavía de una fragilidad extrema?
Sí, sin duda es la más bella historia del
mundo porque es la nuestra. La llevamos en lo más hondo de nosotros
mismos: nuestro cuerpo está compuesto por átomos del universo, nuestras
células encierran una porción del océano primitivo, la mayoría de
nuestros genes es común con la de nuestros vecinos, los primates,
nuestro cerebro posee los estratos de la evolución de la inteligencia,
y, cuando se forma en el vientre materno, el hombre pequeño rehace,
aceleradamente, el recorrido de la evolución animal. Es la más bella
historia del mundo. ¿Quién podría negarlo?
Pero sea cual sea la visión, mística o
científica, que tengamos de nuestros orígenes, sean cuales sean
nuestras convicciones, deterministas o escépticas, religiosas o
agnósticas, sólo hay una moraleja que valga en esta historia, un solo
dato esencial: sólo somos chispas irrisorias en relación con el
universo. Ojalá tengamos la sabiduría de no olvidarlo.
DOMINIQUE SIMONNET
Del Prólogo a la obra de Hubert Reeves " La más bella historia jamás
contada " .( Título original en francés : " LA PLUS BELLE HISTOIRE DU
MONDE . Les secrets de nos origenes ) .
http://www.sisabianovenia.com/LoLeido/NoFiccion/ReevesBella.htm 